martes, 2 de febrero de 2021

Aquellos años de colegio

 



Lo que pude llorar con el dichoso paño de punto de cruz. No me había dado Dios buena mano para la costura (tampoco para la cocina, pero de eso hablaremos otro día). Todo iba bien en el colegio. La madre María Luisa ya me veía como novicia en el convento. Era de sus alumnas preferidas, también por aplicada. A mis ocho años, la idea del noviciado me atraía mucho. Fui una niña estudiosa, de las que disfrutan creando un bonito ejercicio de redacción, aprendiendo palabras y sumando sobresalientes en oraciones gramaticales. En matemática la nota bajaba considerablemente pero aprobaba. Hasta que llegó la madre Felicidad, tan alta, tan guapa, tan seria, tan poco parecida a las demás monjas, con esos ojos negros que te traspasaban cuando miraban y, a pesar de su nombre, se acabó me dicha.

 Dejó de apetecerme ir al colegio. La clase de labores me tenía comida la moral. Nada hacía a gusto de la madre Felicidad, nada era lo suficientemente perfecto para quedar inmortalizado en mi paño. Me hice especialista en deshacer letras y figuras en punto de cruz, hasta que me cansé y corté el paño en trocitos pequeños. Casi como lo cuento en "Mujeres de hojalata". No tan dramático, claro, porque esa manera va más con el personaje de Angustias.

Os podéis imaginar el castigo y la regañina en casa. Y todo, para volver a empezar desde cero. Seguro que  entendéis cuánto significaba para mí acabar el paño antes de que finalizara el curso. Tanto, que sigue colgado en mi dormitorio para recordarme que aún lo más difícil, se consigue si superas los palmetazos, los castigos y la humillación de verte relegada al último puesto. Lo conseguí y ello me costó humedecer más de un día mi falda gris de colegiada con lágrimas. Lo conseguí porque mi madre sólo me permitió de tregua una tarde sin ir al colegio. Lo conseguí porque me juré que las risitas de las niñas que yo consideraba mis enemigas naturales, se convertiría en gesto de admiración cuando lo vieran terminado. Y ahí está, mi primer gran triunfo que, como los demás, llegarían de la mano del esfuerzo y la tenacidad. 

Cuando leas  "Mujeres de hojalata", apiádate de la pobre Angustias.

Buen día. 

  

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