La autora

 

Eloísa Martínez Santos (Madrid, 1949).

Nací en Madrid, y en esa ciudad cursé mis estudios. Fui una niña aplicada y amante de la escritura desde muy pequeña. Los ejercicios de redacción eran mis deberes favoritos, también leer tebeos y cuentos de hadas. La afición de mi padre por traspasar locales y cambiar de barrio, llevó a la familia de un extremo a otro de la capital, durante dos décadas, y cuando llegaron años de vacas flacas, mi padre me sugirió que lo mejor sería abandonar unos estudios que, según él, no servían para otra cosa que para hacerme perder el tiempo (filología) y empezara a ayudarle en las tiendas. Mi padre consideraba más beneficioso para mi futuro un trabajo bien remunerado, que esa absurda vocación mía por las letras. 

Entre barrio y barrio, ayudando en las tiendas y en casa, pasaron mis años mozos y formé familia, al estilo que en los setenta se hacía; para toda la vida.

Crecieron los hijos y la única salida compatible con sus horarios y que me permitiera trabajar, fue emprender una labor comercial. Qué duros aquellos comienzos. A punto estuve de tirar la toalla en los primeros meses. Eso no era para mí. ¿Qué hacía una persona como yo realizando trabajos de ese tipo cuando hubiera sido una excelente profesora o una escritora de éxito? No me acostumbraba a aceptar los noes de los clientes como parte de mi trabajo, pero quería seguir en el mundo laboral y esas tareas comerciales, con horarios más flexibles, se adaptaban perfectamente a mi condición de mamá con niños en guardería y colegios.

La voluntad y la perseverancia forman parte de mi manera de entender el éxito y lograr mis objetivos. Comencé a disfrutar del trabajo cuando comprendí que vender era mucho más que tener labia. Ganar un buen sueldo cada mes también era gratificante. Pronto descubrí que también el mundo comercial me daba la oportunidad de practicar mis dos vocaciones: enseñar y escribir. 

Decidí convertirme en una gran vendedora. De mucho me sirvieron las enseñanzas paternas. La marca de la casa estaría presente en cada visita, en todas mis propuestas. Y según crecía en mi profesión, comprobaba que lo hacía como persona y en conocimiento de mis clientes, a los que me unía un aprecio profundo y sincero, que sigue latente en cada encuentro con ellos.

Y paso a paso, ascendí en preparación hasta que llegó el momento de crear mi propia empresa, Nueva Visión, junto a Antonia Mesa. Han pasado 36 años y me siento orgullosa del camino recorrido, de los equipos comerciales formados en estos años, de la herencia que dejo a mis hijos y que no solo han sabido administrar, sino que, junto a un gran equipo humano hacen crecer, día a día, a mi pequeña Nueva Visión hasta convertirla en empresa líder del sector.

 

Escribir es mi respiración espiritual, por eso, después de oír centenares de veces la frase: “Eloísa, es que yo no valgo para vender”.  Decidí que ese sería el título del libro sobre ventas, autoayuda y atención al cliente que pensaba convertir en realidad. 

 

Entonces era simplemente una idea bailando en mi mente; tengo que escribir un libro que ayude a los que vienen detrás,  me repetía. Un libro fácil de leer y  más aún de entender.  Un libro sin frases mágicas ni inventos para hacerse millonario en dos semanas. Un libro que hablara del día a día del vendedor, de ese miedo escénico que paraliza y aturulla, de argumentos y ejemplos. Y así nació No valgo para vender, con la esperanza de servir de guía a los más jóvenes y de apoyo a los expertos.

 

Mis conocimientos, mis observaciones, lo que sirvió y también lo que tuve que desechar, están ahí, para que vosotros, amables lectores, podáis beneficiaros de mi experiencia y con humildad añado mi éxito porque ahora, en la recta final de mi carrera laboral, así me siento, como una triunfadora que supo reconocer sus fallos y sacó provecho de sus aciertos.  

 

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