Cosas mías

 Me gustan las cosas que suelen gustar. Soy poco original, lo reconozco. Mi lista, por orden de preferencias, quedaría así: Bailar, sobre todo pasodoble, bolero y cha cha cha. Viajar con amigos. Pasear por lugares solitarios y arbolados, abrazar un árbol me relaja mucho. Leer tomando notas. Un almuerzo extraordinario... cosas así de sencillas.

La pasión por los nietos entra en el grupo de los amores, solo comparable con crear historias a través de la escritura. 

La niña sabionda y salada que fui, recuerda con ternura el cuento del Patito feo. Se ve jugando al rescate, al truque y perdiendo acericos completos de alfileres de colores. ¡Qué humillación! y eso que su madre le enseñaba cada tarde cómo se montaban los alfileres para ganar, tiempo perdido.  Aún guarda en su memoria escenas de las películas de Sissí, también Violetas imperiales y Manolo, guarda urbano.

La adolescente irascible e insegura, soñó con ser Jo, la escritora de Mujercitas, antes de enamorarse de James Dean en Rebelde sin causa y odiarle en Gigante. Un profesor le sugirió leer a Simone de Beauvoir y ésta le llevó a Sartre y así llegó a Gustav Jung y Viktor Frankl. 

La lectura echó poso en su interior, maduró, se convirtió en una joven decidida y confiada en sus propias posibilidades y siguió leyendo, igual a Blasco Ibañez, Frank Yerbi, Chauce, Forster, Bayly, Teresa de Jesús, Flaubert, Pearl. S. Buck, Las Bröntes, Elena Quiroga, Ana M. Matute, Martín Gaite, Coetzee, José Luis Sampedro, y mi admirado Delibes. Además, de todos los que se quedan en el tintero.

Y año tras año, fui convirtiéndome en mi. Parí tres hijos y muchas ideas. Reconocí con claridad lo que me gustaba y aquello a lo que no quería pertenecer. Mi político preferido se llamó Adolfo Suárez. Disfrutaba yendo al cine con mi marido, era agradable sentir su mano acariciando la mía, había compenetración y complicidad. Cuesta asumir la soledad después de décadas de compañía. Recuerdo con añoranza nuestras visitas a los museos, no se perdía una exposición de pintura. Era agradable acompañarle. Sus comentarios me ayudaban a descubrir detalles, emociones que tal vez me hubieran pasado desapercibidas sin sus enseñanzas. Juntos viajamos con un grupo de amigos, durante dos décadas, por cuatro continentes. Las fotos y mis cuadernos ayudan a recordar. París, mi ciudad femenina, como a Nueva York consideré masculina, una forma subjetiva de sentirlas. Al llegar a la plaza de Duomo de Florencia, supe lo que era admiración. Italia al completo. La Bahia de Halong en Vietnam es como una puerta al Paraíso. La India y sus gentes, esos ojos amorosos y profundos, los olores y colores que inundan calles y retinas, su humildad y delicadeza. También hubo delicadeza en China, pero también brusquedad. Entre los mejores viajes, Costa Rica, Perú (Machu Pichi y Cuzco me sedujeron) La Habana y Alemania, encabezada por su capital. 

Me gusta más el cine que el teatro. El clásico lo llevo bien. Matar a un ruiseñor, la vería cada semana. También Horizontes de grandeza, El largo y cálido verano. El Golpe, La La Land, Ha nacido una estrella, Coge el dinero y corre, Amanece que no es poco... seguiría hasta aburrir. 




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