martes, 7 de enero de 2014

Aptitud y Actitud


Un viejo profesor de filosofía me dijo días atrás que la actitud se "comía" a la aptitud porque la primera es superación y la segunda sólo conocimiento. Y ¿sabéis por qué surgió ese comentario? porque salíamos de presenciar un concierto de la orquesta Filarmonía y el Ballet de Cámara de la Comunidad de Madrid durante el cual se produjeron dos hechos importantes que quiero compartir con todos vosotros.  

La orquesta estaba compuesta por jóvenes músicos, estudiantes algunos de ellos. Los valses y polcas de la familia Strauss, para que negarlo, no sonaban como en Viena. En la segunda ejecución, y podéis tomar lo de ejecución en cualquiera de sus acepciones, ya comenzamos a movernos en nuestros asientos, pero ocurrió algo que cambió el descontento por atención. 

El director de la orquesta, entre pieza y pieza, comenzó a contarnos, en un tono de voz sensual, amable, cercano y con pinceladas de humor, la historia de la familia Strauss, lo que significó para Viena esta familia que fue encumbrada a la cima de la fama. Me enteré, entre vals y polca, que Eduard Strauss consiguió destacar como director de orquesta más que el resto de los músicos familiares, aún siendo el peor compositor de la familia. Y así fueron cayendo anécdotas interesantes de cada miembro Strauss hasta hacernos olvidar, en gran parte, que más que escuchar El Danubio Azul, los compases sonaban a Guadiana Gris. Lo estábamos pasando bien porque partícipábamos en el espectáculo a través de sonidos que diestra y previamente, nos hacía ensayar el director para que el público interviniera en cada pieza. 

Y así llegamos a la famosa Marcha Radetzy, compuesta por Johann Strauss padre en 1848. El director, Osa, ese es su apellido, nos dirigió cada entrada de palmas con todo su cuerpo; aganchándose, moviendo la cabeza, llevándonos con sus dedos y la expresión de sus brazos, fue increible, creo que no lo hubiera pasado mejor si sobre el escenario hubiera estado Cesare Cantieri, uno de mis directores preferidos. 

Al final, los rostros del público mostraban satisfacción, nos lo habíamos pasado bien y aceptábamos las carencias técnicas como algo mejorable, nada más. O sea, habíamos perdonado la aptitud de unos músicos mediocres en aras de una presentación muy inteligente y bien llevada por parte del director de orquesta. Desde aquí vaya mi felicitación.

Pero es que además, por si aún cupiera duda alguna respecto a la superioridad de la actitud sobre la aptitud, nos centramos en las dos bailarinas principales del ballet de Cámara que acompañó a la orquesta en algunas piezas. 
Una era alta, con un cuerpo flexible de gacela, el perfil griego y su larga melena, le confería personalidad. Pero era fría, seria, distante, los movimientos de piernas estaban calculados para alcanzar la perfección. Los brazos, le costaban algo más. 
La otra bailarina, era baja de estatura, su figura pasaba desapercibida, sin embargo, bailaba con el rostro, con la mirada y sobretodo, su contacto constante con el público, se basaba en una sonrisa linda, coqueta, de querer gustar. Lucían mucho menos sus piernas que las de la otra bailarina pero sus brazos parecían volar y le daban altura. 

En el intermedio y al final de la representación, mientras tomábamos la copa de cava con que nos obsequiaron, me dediqué a recorrer el vestíbulo del teatro para escuchar comentarios. Todos, sin excepción, alababan la gracia de la bailarina sonriente sin darse cuenta de que la técnica y la figura, sin duda alguna acompañaban a la bailarina de más altura, ¿por qué se había granjeado la baja el aplauso y la atención del público? No me cabe la menor duda: su sonrisa nos cautivó y era a ella a la que seguíamos por el escenario. 

Creo que sobran más comentarios. Como siempre, ahora nos toca elegir a nosotros lo que deseamos conseguir. 

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